jueves, 26 de noviembre de 2015

Diario de una teleoperadora (4)



Respiré hondo y me puse en pie; no me importaba nada de lo que ocurría a mi al rededor. Me quité los cascos sin atender a lo que me decía la voz atiplada del otro lado... Ahí se iba a quedar. Ya bastaba de preguntas reiterativas, de diálogos de besugo, de pérdida de tiempo. 

Lancé los cascos contra el ordenador, cogí mi bolso, la bolsa de la comida y me fui, dejando a mis compañeros mirándome boquiabiertos y a mis jefes con la palabra en la boca y solo dije "me voy y no vuelvo". Según me iba alejando por el pasillo, escuché expresiones de estupor y no me importó. Me había pasado la vida portándome bien y estaba harta de ser responsable, de pensar en las consecuencias de todo y de sacrificarme para nada. ¿Tenía sentido pasar los mejores años de mi vida en un trabajo sin futuro? Me había pasado años intentando mejorar en la empresa y son éxito; otros compañeros habían tenido más suerte. Algunos llevaban mucho menos tiempo allí y ya hacían otras funciones más satisfactorias, mientras yo languidecía con los cascos, hablando durante horas, entre un sonido ensordecedor de enjambre de abejas. 

Bajé las escaleras corriendo, riendo, sintiéndome como una niña que sale del colegio y los que se cruzaban conmigo se detenían para mirarme. Detecté algunas miradas de envidia, como la de los pájaros enjaulados que son incapaces de salir volando, a pesar de tener la puerta abierta. Lancé la tarjeta de fichar y salí a la calle y corrí hacia adelante, sin importarme el frío en mi rostro ni la lluvia. Nada me iba a detener en mi huida a la libertad. No pensaba volver a coger ese autobús que tarda veinte minutos en pasar, ni subir la interminable cuesta hasta el metro, entre contenedores desbordados de basura y los coches subidos a las aceras. Todo eso eran meros obstáculos que no volvería a sortear día tras día, ni pensaba volver a coger la línea 5, lenta y abarrotada de gente a cualquier hora. 

Y seguí corriendo, libre y sin importarme nada; no quería detenerme hasta estar bien lejos de allí. Me sentía incansable y como si volara con el viento... Dejé atrás aquel lugar, riendo como una niña que abre un regalo y no me detuve hasta estar bien lejos y cuando ya no podía respirar, me detuve y respiré hondo; sentía que ya nada me detendría a la hora de tomar decisiones, porque había sido timorata demasiado tiempo. Sería valiente, tomaría las riendas de mi vida y no volvería a tener un trabajo tan poco prometedor. Me arriesgaría y sería libre por fin... 

Cuando me desperté, escuché una voz atiplada al otro lado de los cascos; me revolví en el asiento y me froté los ojos. No tenía remedio. Me había quedado dormida por unos segundos en mi sitio. Y pensé en cómo sería irse, sin más. La voz me preguntaba lo de siempre. Lo de siempre... 

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